jueves, enero 18, 2007

Nada como un hombre riendo

Hoy, en el metro, se sentaba frente a mí un hombre que reía. Miraba al vacío frente a él y dejaba escapar su alegría, de tanto en tanto, mientras no dejaba de sonreír, absorto en su felicidad.Recordaba, seguramente, alguna reunión con los viejos amigos, o un encuentro con la novia, paseando por la ciudad. Fuera lo que fuere, parecía verdaderamente feliz y no le importaba que lo mirase reír. Éramos los únicos ocupantes del vagón.El metro se detuvo en la estación y las puertas se abrieron con un suspiro desganado. Por ellas entraron aquellos hombres vestidos de gris, sin ojos, pues los ocultaban tras gafas oscuras. Se precipitaron al vagón desde todas direcciones, entrando a tropel, como un ejército de personajes serios, de trajes oscuros. Se detuvieron al mismo tiempo y dirigieron sus rostros, pétreos e indistinguibles, hacia el hombre que había reído y ahora, pálido, trataba en vano de defenderse con su mirada aterrorizada. Se lo llevaron con las piernas pataleando inútilmente en el aire, en medio de alaridos, ignorando sus súplicas y llantos.Al salir, uno de ellos me miró fijamente, como decidiendo. Sin embargo, el metro ya estaba por partir, de modo que me dejaron en paz, solo y espantado en el vagón.No fue sino hasta un mes después que me atreví a sonreírle a alguien.

0 de los sospechosos de siempre: