miércoles, septiembre 14, 2011

Cavilaciones de Viejo

Lo que más me daba pudor era ella misma. No importaban sus padres que miraban expectantes la venida del microbús, no importaba su edad ni su infantil y jocosa actitud. Yo estaba ahí parado como un idiota, como un pobre adolescente, quizás porque precisamente quería serlo. Quería que a ojos de todos, y no solo míos, mi fascinación por esa escuálida muchacha fuera algo natural.

Había dejado pasar más de tres veces el bus que tenía que tomar. A esa hora de la tarde, el flujo del transporte público empezaba a disminuir, pero un observador atento se habría dado cuenta de que yo no estaba ahí por falta de movilización, sino que por una razón más oscura. Me molesta pensar que cuando observo algo con interés resulto tan evidente para el resto. Por suerte no existen muchos observadores voyeristas cuando hablamos de las pasiones de un hombre como yo.

Escondido tras mi gabardina, pero por sobre todo tras mi imagen de respetable señor, observaba soterrado a la pequeña joven revolotear en torno a sus padres. Probablemente tenía un novio, algún mozalbete preocupado apenas de sí mismo. Ella no era una mujer, pero hace tiempo había dejado de ser una niña. Ese periodo indefinido, coincidía perfecto con mi propia indeterminación, la de un hombre mayor pasando a viejo decrepito.

¿Cómo acercarse?¿Qué decirle?¿Cómo salvar la barrera de sus padres?... No importa, lo haré sea como sea. Ya estoy atrapado y cabalgo sujetado por su pelo. El aire que respiro es cortado por sus finos brazos, que como látigos, se mueven libremente, azuzando el deseo. Le hablaré…le diré que…

“Hola querido ¿Alguna novedad? ¿Cómo te fue en el trabajo?”

(Despertar sobresaltado.)

“Bien, Marta, gracias… Ninguna novedad”

El hombre se encamina a su estudio, sin recordar en qué momento tomó el bus, ni como llego a su casa. Tampoco se acuerda cuando caminó por su calle ni buscó entre todas las llaves inútiles de su llavero, la que le permitía abrir el portón que daba a la calle… Aún más importante, no logra recordar, cómo es que abandonó la juventud de la mozuela, para hundirse un poco más en su propia vejez y esperar la muerte.