lunes, febrero 26, 2007

Muñequitas Rusas


En la vieja Rusia vivía un fabricante de muñecas. Las hacía de madera, las pintaba de colores y les ponía grandes ojos y caras sonrientes. Un poco picaras, un poco gruesas, un poco alegres.
El fabricante acudía la iglesia todos los domingos. Luego iba al bosque para buscar madera. La quería fuerte y vieja. Madera de las raíces de árboles centenarios. A veces, buscaba durante horas sin encontrar nada.
Un día frío de invierno el maestro encontró un trozo estupendo de madera. Era pesado, seco y muy viejo.


“¡Oh! –Pensó-, de aquí tallaré mi mejor muñeca.” Abrazó la madera como si fuera un bebé y la colocó sobre el trineo. Luego, se deslizó por la gruesa nieve hasta su casa.

Aquella noche el maestro talló una muñeca realmente hermosa. Era tan bella que no quiso venderla.
La puso en la mesita de noche, junto a la cama, y por las mañanas le preguntaba:
“Bueno, querida muñeca Matrioska, ¿cómo te va?”. Le había puesto Matrioska por que se parecía a su madrecita.
Los niños del pueblo pronto conocieron a la muñeca. Con las narices pegadas a la ventana, admiraban a la hermosa muñeca. Aquello hacía reír al maestro, que estaba casi siempre en su mesa de trabajo. Se fijaba en sus curiosos rostros y pintaba las caras en muñecas hechas con gran talento.
Al final, las muñecas eran iguales que los niños del pueblo, y los niños del pueblo, iguales a las muñecas.

Así pasó mucho tiempo. Todas las mañanas el maestro preguntaba:
“Bueno, querida muñeca Matrioska, ¿cómo te va?” y la muñeca sonreía en silencio.
Pero una mañana la muñeca contestó:
“No muy bien –dijo en voz baja-. ¡Me gustaría tener un bebé!” El maestro se quedé con la boca abierta. Contempló la muñeca, pero ésta no dijo nada más.
“Ayer bebí demasiado vodka” Pensó. Y corrió a la cocina a hacerse un café. En todo el día no se atrevió a decir nada más. De vez en cuando, echaba una mirada a la muñeca y se preguntaba:
“¿De verdad puede hablar?” pero tenía miedo de preguntarle.

Al día siguiente, el maestro había olvidado todo. Cuando se levantó, le preguntó otra vez:
“Bueno, querida muñeca Matrioska, ¿cómo te va?”
“Mal –Contestó la muñeca-. Estoy muy sola. Ya te lo dije ayer: quiero tener un bebé.”
El maestro se sentó muy derecho en su cama e inspiró hondo. No quedaba ninguna duda. La muñeca de madera podía hablar. Para estar más seguro se peñiscó la nariz tres veces. No estaba soñando, sino muy despierto. Entonces, tomó todo el valor que tenía y preguntó:
“¿qué has dicho?”
“Quiero tener un bebé –repitió la muñeca, y suspiró profundamente-.¡Estoy tan sola…!”
¿qué debía hacer el maestro? Nunca había tallado un bebé para una muñeca.
“Bueno –dijo tras pensarlo brevemente-. Lo intentaré.”
“¡Gracias!” - Dijo la muñeca. “De nada” –Respondió el maestro. “Me gustaría una niña.” “tendrás una niña.”

El maestro fue al almacén. Allí encontró un trozo de madera. Era la misma madera con la que había tallado a Matrioska. Lo llevó a su taller y comenzó a trabajar.Por la tarde la pequeña muñeca estaba acabada. Era igual que Matrioska, como si fueran madre e hija.
El maestro enseñó la muñeca a Matrioska y le preguntó:
“Qué, ¿te gusta tu bebé? Tú te llamas Matrioska; a tu hija le pondré Trioska. Le he quitado a tu nombre la primera sílaba, por que tu hija es más pequeña que tú”
“¡Oh! –Se alegró Matrioska-. La encuentro preciosa -. Y le dio un beso”
“¿Ya estás contenta?"
“Sí, maestro, pero mi hija tiene que estar en mi barriga.”
“¿Cómo?"
“Mi hija tiene que estar en mi barriga.”
“pe…pe…pero no… pero no puede ser” Tartamudeo el maestro.
“¿por qué no? Es mi hija.”
“bien –dijo el maestro-. Pero te dolerá.”
“No importa –contestó la muñeca-. Siempre duele un poco ser mamá de verdad.”
El maestro no sabía que hacer. Finalmente cogió su sierra y cortó a Matrioska en dos pedazos, la vacío totalmente y luego, metió a Trioska y volvió a enrollar a Matrioska.
“¿Cómo te sientes ahora? – Preguntó el maestro.”
“¡Oh, soy muy feliz!” –Dijo Matrioska-. Tengo a mi hija en la barriga – y se río con gusto.”
A la mañana siguiente el maestro volvió a preguntar:
“Bueno, querida muñeca Matrioska, ¿cómo te va?”
“¡Ay! –Contestó Matrioska-. Yo soy muy feliz. Pero mi niña se ha movido durante toda la noche. Quizás necesite algo.”
“vamos a ver”-dijo el maestro. Desenroscó a Matrioska y cogió a su hija Trioska. La miró por todos lados y dijo:
“¡Mmmm! Todo está en orden. Tiene manos, pies, ojos, orejas. Tiene una nariz, y una boca. Tiene de todo ¡y muy bien hecho! No sé que podría faltarle.”
“Me falta un bebé” –dijo de repente la pequeña muñeca con una voz finita. Al maestro solo le faltaba aquello.
“¿Qué dices?”
“Me falta un bebé. Un bebé pequeñito”
“¡No!”
“¡Sí!”
El maestro no podía creerlo.
“No puede ser” –dijo.
Y se pellizcó tres veces la nariz, solo para comprobar que no dormía.
“De verdad quiero tener un bebé.” -volvió a decir Trioska.
“pero… pero... pe… peeeroooo… -tartamudeó el maestro-. ¡Qué va a decir tu madre!
“Se alegrará – Contestó Trioska-. Será la abuela de mi hijo. Le contará cuentos… Por favor, por favor, tállame un bebé. Uno pequeñito. ¡Por favor, Por favor!”
¿Qué debía hacer el pobre maestro? Nunca hasta entonces había tallado un bebé para el bebé de una muñeca. Pero la pequeña Trioska insistía tanto, que al final dijo:
“bueno, si tanto lo deseas. ¿Quieres un niño o una niña?”
“Una niña”
El maestro volvió al almacén. Allí encontró un trozo de madera aún más pequeño. Era un resto de la misma madera con la que había hecho a Matrioska y a Trioska. Lo cogió y empezó a trabajar. Por la tarde, la nueva muñeca estaba hecha.
Era igual a Matrioska y su hija Trioska. Se veia que eran de la misma familia.
“¡Te llamaras Oska!- dijo el maestro-. Casi como tu madre. Solo que he quitado la primera sílaba, por que tú eres aún más pequeña.- y después mirando a Trioska- ¿ya estás contenta?”
“Sí – Contestó Trioska radiante-, pero la niña tienen que estar en mi barriga.”
“No –Balbuceó el maestro-. ¡Eso sí que no!”
“¡Sí”
“Te dolerá.”
“no importa. Es mi hija –dijo la muñeca-. Siempre duele un poco ser mamá de verdad.”
El maestro suspiró y cogió su sierra. Cortó a Trioska en dos y la vació. Luego, metió a Oska adentro y volvió a enroscar a Trioska. Después, metió a Tioska en Matrioska y la enroscó. Luego preguntó:
“¿Estáis todas contentas?”
“Sí” –contestó Matrioska.
“¡Síii!” –Se oyó la voz de Trioska a través de la barriga de su madre.
“¡No! ¡No! ¡No!- Sonó la voz de Oska a través de la barriga de Trioska-. Yo también quiero tener un bebé ¿por qué yo no puedo tener un bebé en mi barriga?”
“¡No puede ser!”- fue lo único que pudo contestar el maestro.
“¿Por qué no? ¿Por qué no? ¡Yo también quiero tener un bebé!”
¿Qué debía hacer el pobre fabricante de muñecas? Jamás hasta entonces había tallado un bebé para el bebé del bebé de una muñeca.
“No importa a quién se lo cuente –pensó-, nadie me creerá”
Pero Oska insistió tanto que no le quedó más remedio que convertir su deseo en realidad. Entre suspiros, desenroscó a todas las muñecas. Luego, hizo un bebé muy, muy pequeño, como un dedal. Era igual a su madre Oska, como su abuela Trioska y como su bisabuela Matrioska.
Pero el maestro tomó un pincel y le pintó un enorme bigote.
“Eres el hijo de Oska –Le dijo sonriendo-. Y como aún quedan otras dos letras, te llamaras Ka. Eres un hombre. No podrás tener ningún bebé en tu barriga. ¿Entendido?”
“¡Síii! –Chilló el muñeco con placer-. Soy un hombre”
“Exacto. Por eso llevas bigote”
“Exacto”
“Mirate en el espejo para que veas tu bigote y después no vallas gritando que quieres un bebé.”
El maestro cogió al pequeño Ka y lo mantuvo durante un rato frente al espejo. Luego, vació la barriga de Oska y metió a su hijo Ka dentro, introdujo a Oska en Trioska, y a Trioska en Matrioska. Después, enroscó a Matrioska y rió contento. Desde entonces es que la familia de muñecos vive feliz.

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