Salía corriendo del trabajo y tomaba el metro. Hacía combinación en baqueano y tomaba la línea cinco. La detención en Irarrázaval me parecía eterna, y cuando el tren por fin salía a la superficie, no faltaba el gigante que me tapaba la ventana. Aunque pasara eso, yo sabía que estaban ahí esas luces capitalinas que trepaban los primeros cerros de la cordillera, y que parecían una ola congelada de ese mar que había dejado esperándome en el puerto.
sábado, abril 26, 2008
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